Collage Literario #17: El monstruo más famoso de todos
Hablamos de La mujer que escribió Frankenstein de Esther Cross, un libro sobre Mary Shelley, sobre su época y los miedos que recorrían las calles de Londres.
Es sábado al mediodía y estamos con una amiga en Tiempo Modernos, un bar en la esquina de Caseros y Aristóbulo del Valle en Vicente López. Todavía no pedimos porque estamos esperando a Agus, otra amiga. Al ratito, Agus llega un poco pálida, su expresión es rara. Venía leyendo en el colectivo y algo le dio mucho asco: acababa de leer, de una forma muy explicita, cómo en el siglo XIX intentaban revivir un cadáver con electricidad. Estaba leyendo La mujer que escribió Frankenstein de Esther Cross.
En 2013, Esther Cross, una escritora y traductora argentina, publicó este libro al que podríamos definir como un retrato de una época, porque, si bien se centra en la figura de Shelley—en su vida atravesada por la tragedia y en su gran novela—, va mucho más allá de eso. Hay un trabajo minucioso en recuperar diarios, cartas, registros periodísticos y diversos documentos científicos de la época para explicar un poco por qué Mary Shelley escribe Frankenstein a sus dieciocho años y por qué, a medida que va pasando el tiempo, cobra cada vez más valor al anticiparse a sucesos posteriores a la publicación de su obra.
No hace falta haber leído la novela de Mary Shelley para conocer a Frankenstein. Los clásicos tienen esa particularidad: no siempre los leímos, pero siempre los conocemos, siempre podemos decir algo de ellos. Aunque muchas veces ese imaginario no coincida con el texto original. Por ejemplo, en la cultura pop, Frankenstein es el monstruo, es una criatura verde y alta que no habla. Sin embargo, en la novela de Mary Shelley, Víctor Frankenstein es el médico que le da vida a la criatura, la cual no tiene nombre, y, por el contrario a lo que se imagina, la criatura si habla. Es más, no solo habla, sino que también atraviesa una profunda crisis existencial. Sobre este cambio que se da en las representaciones tanto del médico como de la criatura, Esther Cross dice:
Incapaz de hablar, el monstruo había pasado del bando de la civilización al de la barbarie.(…) Eran temibles pero resultaban inofensivos: ya no podían ofender la moral de nadie. Antes se parecían al lector, pero ahora eran pura amenaza formal, peligro externo, superficial. Ya no eran como ellos. Podían destruirlos sin destruirse. Antes eran como ellos mismo y daban asco. Ahora eran los otros, y daban miedo.

El libro le da un lugar muy importante a qué pasaba con el robo de tumbas y los experimentos que se realizaban con los cuerpos en el siglo XIX, pero Esther Cross también nos cuenta sobre la vida amorosa de los Shelley, y nos presenta a Lord Byron y a otras figuras relevantes de este circulo de poetas románticos tan extravagantes.
La autora cuenta en una entrevista que el puntapié para investigar sobre la vida de Mary Shelley, tan fascinante como perturbadora, fue leer en alguna edición que ahora no puede recordar, que había logrado hacerse con el corazón de Percy B. Shelley, su gran amor, luego de que este muriera en un naufragio y fuera cremado en la playa. Su corazón lo conservó envuelto en la primera página del poema «Adonais». Hay una relación con el cuerpo que es muy particular, y una tensión entre la romantización y la profanación de la muerte que atraviesa todo el libro.
Los cementerios y la muerte van a signar la vida de Mary Shelley: su madre muere a los diez días de haber dado a luz, y es leyendo el nombre en su tumba como aprende a leer y escribir su propio nombre. Si bien la primera muerte en la vida de Mary Shelley fue Mary Wollstonecraft Godwin, quien además de ser su madre fue una escritora reconocida por defender los derechos de las mujeres en el siglo XVIII, esta no fue la última. A lo largo de su vida debió ver morir a la mayoría de sus hijos, a su esposo, a sus hermanas y amigos. Escribe en su diario: “A los veintiséis años, me encuentro en la situación de una anciana. Todos mis amigos se han ido (…) Qué pobladas están las tumbas”.
Si bien la ciencia ficción tiene su origen en el siglo XX, se considera a Frankenstein o el moderno Prometeo como la primera novela de este género. Aunque muchas veces se crea que la ciencia ficción habla de un posible futuro, en realidad está anclada profundamente en el presente: trabaja con los miedos contemporáneos de quien escribe, e imagina cómo sería el mundo si esos miedos se profundizaran. Esther Cross nos cuenta cómo, a principios del siglo XIX, la ciencia busca responder los misterios de la anatomía humana para que la medicina pueda luchar contra la muerte. Pero para lograr esto, se necesita estudiar el cuerpo y para estudiar el cuerpo, básicamente, se necesitan cuerpos. Es por eso que esa época se ve marcada por los profanadores de tumba que traficaban cadáveres. Hasta la muerte se vuelve mercancía. Las familias debían organizar rondas de vigilancia en las tumbas de sus seres queridos para que no sean desenterrados y vendidos para ser diseccionados. Es en ese contexto, cuando Shelley imagina un médico que logra crear vida a partir de los restos de cuerpos humanos. La criatura es el resultado de las tumbas profanadas.
Mary Shelley piensa en sus propios miedos para imaginar este clásico que trascendió el tiempo, y nos confirma, una vez más, que el monstruo no es la criatura, sino que el monstruo habita en lo más profundo del ser humano.
TALLERES DE LECTURA DE OCTUBRE
En octubre es el mes del terror y en #CollageLiterario le vamos a hacer honor a este género que tantas alegrías e insomnios nos da.
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Gracias por leer #Collage Literario♥♥♥
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Nos volvemos a leer en 15 días.
Dani ♥